sábado, 8 de octubre de 2011

Atando cabos (tercera parte)


John se encontraba tremendamente excitado y nervioso en el tren mientras viajaba camino de encontrarse con su amada tiempo atrás Julia; Intentaba, como si un discurso de investidura se tratara, memorizar palabra por palabra, frase por frase lo que quería decirle y que sonara bien, pero tenía cierta inquietud y desasosiego por el hecho de desconocer la reacción que ella pudiera tener al escuchar de su voz esas palabras, y eso lo ponía enfermo casi más que el dolor de cabeza que nunca le abandonaba, lo que si tenía claro es que no iba a marcharse del lugar sin que ella lo hubiese perdonado. De ese modo, la media hora que duraba el trayecto se le pasó tan rápido que cuando quiso darse cuenta el tren de cercanías ya había llegado a la estación de destino.

John conocía con todo lujo de detalle donde vivía Julia, siempre y cuando su buen amigo Irving no hubiera equivocado la dirección, Borgiueau, era la localidad donde había nacido y pasado toda su infancia y adolescencia hasta que decidió marcharse a la capital a estudiar empresariales, con períodos puntuales de estancias cortas en la casa que fue de su familia, por lo que aunque habían pasado como veinte años desde la última vez que estuvo allí, John pensaba que su pueblo, pequeño en extensión pero grande en vivencias, no había cambiado lo suficiente como para perderse por sus plazas y calles estrechas. Eso pensó hasta que se aproximó con paso firme a su Plaza Mayor, el centro del pueblo, comprobando, no sin satisfacción, que Borgiueau era otro, se había transformado en algo más moderno pero sin perder, a su entender, la idiosincrasia tan característica de aquella zona del norte de Perteñan. La Plaza parecía como si hubiese crecido a lo ancho y a lo alto a como la recordaba, su fisonomía rectangular se había modificado introduciendo arquitectura de casas de de dos plantas de hermosos ventanales y balcones de hierro forjado, a cada cual más singular, que la dotaba de un halo especial de romanticismo que impregnaba cada lugar al que el visitante quisiera fijarse. John enfiló la calle del fondo de la plaza y a escasos 150 metros se mostraba grandioso un caserón de robustos pilares y un enorme portalón de madera que flanqueaba la entrada, sin dudar un momento esa debía ser la casa que había venido a buscar. John, con expresión tensa en su rostro, respiró hondo unos tres segundos y tomó la decisión de llamar a través de un extraño y hermoso llamador de hierro que se asemejaba a un querubín alado. Toc Toc, sonó un ruido seco pero intenso que hizo despertar la aparente tranquilidad del lugar, se oyeron unos pasos y la puerta lentamente se abrió.


¿Que desea?, contestó de manera cortés y educada un hombre de mediana edad, alto y fornido pero a la vez delgado, con poco pelo y con una expresión en el rostro que denotaba cierta nobleza, se podía decir que en apariencia tenía una cara de buena persona, inspiraba confianza, a lo que John le contestó: Perdóneme, buenas tardes, me llamo John Brown y vengo buscando a una vieja amiga, Julia Swchumith, me habían comentado que vive en esta dirección. Entonces el tono de voz del hombre se tornó más grave y sus ojos comenzaron a transmitir una mezcla de tensión, temor e ira difícilmente descriptible; el hombre, tomándose unos segundos antes de contestar empezó a hablar: Se muy bien quién es usted, mi esposa Julia me habló de lo que pasó entre vosotros y no se si ella querrá hablar con usted después de lo ocurrido, y si le soy sincero si me preguntaran mi opinión yo no permitiría que la viera, no obstante espere aquí en el rellano a que hable con Julia.

Habiendo transcurrido perfectamente varios minutos que a John le parecieron eternos, el hombre de nuevo volvió y con cara de pocos amigos le dijo: Acompáñeme, Julia le recibirá, ella está en el jardín de detrás de la casa; cuando hubieron llegado al jardín, el hombre se dio media vuelta y sin pronunciar una sola palabra se marchó, dejando solos en la estancia a Julia y a John.

Julia, abandonando plácidamente en el suelo una planta de bonitas hojas a la que había cortado sus tallos secos miró a John como si quisiera escudriñar las razones ocultas de encontrarse allí, y con actitud fría y seca le dijo: John, ¿que haces aquí después de tanto tiempo?, ¿que debo esperar de tu visita?. John, que pretendía recordar las palabras que momentos antes en el tren había memorizado, no podía dejar de mirarla, la jovencita inocente de antaño se había convertido en una señora que no había perdido un ápice de su extraordinaria belleza, su pelo rizado algo grisáceo pero deslumbrante, sus ojos con la misma tonalidad de azul, en definitiva todo su rostro resplandecía como una diosa a la que adorar, lo cual llevó a John a un estado entre la nostalgia y el sentimiento de culpa que le impidieron ni tan siquiera recordar lo que con tanto entusiasmo horas antes repetía, no le quedaba otra que improvisar, y armándose de valor así lo hizo: Julia, he venido aquí expresamente a verte para decirte algo muy importante, ya se que puede ser demasiado tarde, treinta y ocho años tarde, pero debía venir, no podía dejarlo por mas tiempo, es mi deseo pedirte perdón por todo el daño que te hice, fui un insensato y un inmaduro, probablemente no te mereciera, pero ya no puedo cambiar el pasado, yo te quería incluso cuando te dejé, que imbécil dejarme influenciar por el que creía mi amigo Henry, eso lo supe después. He pensado mucho en ti todos estos años, a mi vida de éxitos profesionales siempre le faltó una mujer que creyera en mí y me quisiera, tuve otras mujeres, no puedo engañarte, pero con ninguna de ellas pude sentir lo que sentí contigo. No he venido aquí para llevarte conmigo y revivir el amor que yo con mi inmadurez me cargué, que osadía sería, ya se que estas casada y seguramente seas muy feliz en tu matrimonio, no es eso, solo quiero dejar atrás la carga de culpa que corroe mi corazón, y ésta únicamente puede redimirse con tu perdón, Julia, por favor, ¿puedes perdonarme?.

jueves, 6 de octubre de 2011

Jobs no ha muerto

Este post esta dedicado al gran Steve Jobs y no, no me he equivocado, los grandes genios realmente aunque no estén con nosotros seguirán vivos en nuestro recuerdo, en las cosas que intentaron y con esfuerzo consiguieron, en las obras que en vida lograron sacar adelante.

Mi articulo es un homenaje, humilde eso si, a un gran hombre, a la persona que por si solo nos ha hecho cambiar la concepción que teníamos de la informática y de los aparatos electrónicos, y con su esfuerzo y dedicación supo influenciar a muchas generaciones aunque no tuvieran la suerte de conocerlo, por eso yo le digo GRACIAS, y lo hago a conciencia desde un IPhone 4.