Una noche tuve un sueño, las ciudades estaban limpias de polución, las fábricas no emitían Co2 a la atmósfera y los vehículos no contaminaban, se podía escuchar en cualquier parte el cantar de los pájaros y el rumor del agua cayendo por los acantilados.
En mi sueño, todos teníamos un trabajo digno y adecuado a las capacidades de cada uno, cada cual tenía el trabajo que había decidido y querido tener y no el que las circunstancias le llevaran a desarrollar.
Ya se que resulta raro, pero soñé que las entidades bancarias, pocas en número, estaban obligadas por Ley a satisfacer el 50% de sus ingresos a sus clientes en función del dinero que cada cual le hubiese encomendado, y a prestar dinero a necesitados de liquidez con la única garantía de su patrimonio estrictamente suficiente para cubrir el riesgo así como de la palabra dada al pago, desterrando de los contratos que los unían las claúsulas abusivas y usureras de las que desgraciadamente estamos acostumbrados.
En este mundo de ensueño, los políticos no tenían privilegios distintos a los de los demás ciudadanos, y cuya función fundamental y casi única era la de gestionar con austeridad los recursos de los que se dispusiesen y a servir a los que representaban más no servirse de ellos, se era político por vocación y no por la necesidad imperiosa de poder o dinero, percibiendo por sus funciones un sueldo nunca superior al de cualquier otro trabajador . Sus mandatos eran como máximo de cuatro años, que podían ser menos si su disposición para llevar los asuntos no fuese la más adecuada en opinión del pueblo, no existiendo periodo de elecciones ya que estaban sometidos a un examen contínuo día a día.
Me llamó la atención que en mi sueño no existía la violencia, todo se resolvía a través de la palabra, simplemente los habitantes de este mundo habían evolucionado intelectualmente de tal manera que habían comprendido que con la violencia lo único que se conseguía es generar aún más violencia, siendo pernicioso para ellos y para su modo de vida, la policía no existía sencillamente porque no era necesaria.
Sus habitantes disfrutaban de las pequeñas cosas, de la compañía de un amigo, de la contemplación de una noche estrellada o de la sonrisa de un niño, el estrés ni siquiera aparecía en los diccionarios y, la vida en general era más fácil.
Pero como lo bueno no dura siempre me desperté con el ruído atronador de mi móvil marcando las 7:30 horas de la mañana, debía levantarme con ánimo para otra jornada laboral, ánimo escaso por otra parte, y comprobé no sin resignación que todo lo vivido y sentido aquella noche era un simple sueño.