sábado, 9 de julio de 2011

Mis experiencias paranormales (capítulo 5)


La historia que viene a continuación, verídica como todas las anteriores, no podría catalogarse objetivamente de experiencia paranormal en la definición de fenómenos físicos, biológicos o psíquicos que no pueden explicarse mediante la ciencia actual, quizás puedan ser explicados aunque sea francamente difícil hacerlo abiertamente sin ruborizarse, quedando muy mal quién los cuente y puede que hasta se le tache de loco, y so pena de que esto me ocurra a mí pienso que esta historia no puede ni debe quedarse en la estantería de los libros olvidados ni en el sueño de los justos y merece ser contada.

Unos amigos y yo decidimos pasar un fin de semana en el campo, concretamente en una finca apartada en un pueblecito de la sierra propiedad de uno de ellos, Evaristo, aunque todos le llamábamos cariñosamente Evi. El grupo lo conformaban el mismo Evi, un tío excelente, generoso como él solo, Felipe, el guaperas del grupo pero corto de entendederas, Ernesto, el más intelectual de entre los presentes y un excelente conversador, y yo mismo, éramos una mezcla un tanto extraña y variopinta si lo veíamos por separado pero unidos sorprendentemente este círculo funcionaba. 

Nuestra intención era la de estar en contacto con la naturaleza, respirar aire puro y, todo sea dicho, hacer lo que nos diera la gana en esos días, levantarnos tarde o acostarnos sin hora, jugar a las cartas y beber cerveza, la libertad más absoluta sin que nada ni nadie nos lo impidiera. No era el primer fin de semana que pasábamos allí aunque os aseguro que desde ese fin de semana y lo que nos aconteció nunca más compartimos de nuevo ese lugar.

Recuerdo de ese fin de semana la cogorza que nos pillamos el sábado por la noche apostando unas pocas monedas al ocho americano, se jugaba con dos barajas de cartas y el juego en si, y dicho con todas las letras, consistía en "putear" al contrario, y doy fe que nos puteamos unos a otros, disfrutábamos cuando se lo hacíamos al de al lado pero no tanto cuando nos lo hacían a nosotros, vamos lo normal, podría decirse que si se pudiera parar el tiempo y hacer una instantánea de esos momentos se revelaría una estampa de plena felicidad.

Todos los presentes teníamos muchas gestiones que hacer el lunes tras el fin de semana, éramos todos estudiantes pero con la agenda muy ajetreada, unos unas cosas y otros otras cuyo denominativo común se encontraba en que todas eran importantes e irrenunciables, pero como nos lo estábamos pasando genial y no deseábamos por nada del mundo que eso acabara tan pronto, decidimos de común acuerdo alargar ese fin de semana y marcharnos ya la madrugada del domingo al lunes, pasar esa noche sin dormir y empalmar hasta el día siguiente, pensamos que ya habría tiempo de descansar la tarde del lunes, podría parecer una locura visto desde fuera aunque debo confesar que para todos los allí presentes nos pareció una excelente idea, y así lo hicimos o casi.

Aquella noche de domingo comenzó con una cena muy amena, recuerdo que discutíamos entres sandwiches de  jamón y queso y patatas fritas sobre si las mujeres debían ser naturales y quedarse con la belleza o fealdad que Dios les concedía al nacer o por el contrario no había motivo alguno para no operarse  por ejemplo los pechos, los pómulos o los labios si con eso se podría reparar algo de por sí defectuoso. Yo era de la opinión de la postura diplomática, no había que ser extremista, había casos en que si la mujer se encontraba mejor consigo misma debía ser hasta imprescindible pero que tampoco eso podría suponer un capricho en manos de mujeres hermosas con falta de autoestima. Otros, disertaban en cambio con vehemencia y a modo de broma en el sentido de que veían bien eso de las operaciones de cirugía estética y que si Angelina Jolie estuviese allí se lo agradecería efusivamente, lo que no explicó es con que parte de su cuerpo y de que forma iba a agradecérselo. Esta discusión derivó en otras y así pasaron las horas en compañía de estos amigos tan peculiares pero además tan entrañables.

A las séis de la madrugada era la hora que habíamos fijado para tomar la carretera y salir de la finca con dirección a la ciudad  y aunque inicialmente todos estábamos de acuerdo en quedarnos sin dormir hasta esa hora, el sueño y el cansancio de tantos días de trasnoche hizo de las suyas y sobre las dos, más o menos, ya no pudimos aguantar más, primero se fue a dormir Ernesto, el más centrado del grupo, y luego como en fila india empezamos uno a uno a desfilar hasta nuestras respectivas camas y al menos descansar unas horas antes de marcharnos. 

Cuando ya nos hubimos acostados todos y casi en estado de vigilia empezamos a escuchar un ruido atronador y estridente que no cesaba (tric troc tric troc en una melodía simétrica y casi macabra), nos levantamos de la cama  y aunque aún era de noche veíamos perfectamente pues existía una luz intensísima que se colaba por entre el ventanal de una de las habitaciones que hacía que dicho dormitorio y casi toda la casa se iluminara completamente. A partír de ahí lo único que recuerdo es que divisamos algo fuera de la casa en el cielo, como una nave grandísima de la que surgían focos de luz blanquísima  y tras ese flash que nos pareció como una foto antigua ubicada en lo más profundo de nuestro subconsciente el despertarme en la cama con el ruido no siempre agradable del despertador que marcaba las cinco treinta horas.

Existía un lapso de unas tres horas en los que los presentes no recordábamos nada, nos sentíamos todos  como rejuvenecidos y con fuerzas renovadas, a excepción de una pequeña y molesta irritación en los oídos y, feo está decirlo, en el recto o culo en nuestra terminología vulgar castellana. De esa experiencia nada hablamos los que allí estábamos, como si fuera tabú o algo malo e inconfesable, ninguno de nosotros osó comentar ni una sola palabra sobre lo ocurrido pero, que queréis que os diga, desde ese día no puedo dejar de pensar en unos hombrecillos verdes  que osaran violentar hasta entonces mi inmaculado cuerpo, y por qué extraña razón permitieron que prosiguiéramos con nuestras vanales e insulsas vidas, a veces me surgen ideas absurdas de que decidan volver a buscarme y me ofrezcan una oferta de empleo a tiempo completo que no podré rechazar, que la cosa hoy en día está muy mala, para viajar entre galaxias lejanas y conquistar otros mundos inexplorados.