El ecléctico y pusilánime acusado se hallaba acorralado y a los pies del cadalso en esa sala de vistas, donde con absoluta certeza iba a resultar condenado.
El Guardia Civil, como testigo implacable, y un insigne Fiscal que apodaban el “aguja” por su extrema delgadez, e hiriente en la manera de manejarse con la toga puesta, tutela de los perjudicados y brazo ejecutor de los que osaran infringir la Ley, le llevaban al convencimiento de su trágico final.
Una sensación nauseabunda por su desamparo se apoderó irremediablemente de él; de su frente comenzaron a brotar gotas ingentes de sudor frío sin control; deseaba que todo fuese un sueño y que ese episodio no fuera real. No tuvo tanta suerte.
Su imberbe y tartamudo abogado defensor de oficio y el rostro impasible del Juez sentenciador acabaron de desmoronar su vana esperanza.
“Póngase en pie y acérquese al micrófono, ¿cómo se declara?
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