El proyecto de este mes de “adictos a la escritura”, versa sobre unos personajes que deberán ser los protagonistas de nuestra historia, que al azar nos han correspondido. En mi caso, se trata de un robot y un extraterrestre.
Aquí comienza “El robot y el extraterrestre”.
Corría el año 2.045 de la nueva era, nombre con la que se denominaba a la etapa tras la Tercera Guerra Mundial ocurrida en el año 2.013 y que se prolongó en el tiempo durante siete largos años, pero cuyos efectos devastadores duraron más de lo deseable.
Durante largo tiempo los libros de historia habían emborronado sus páginas contando que el detonante de esta guerra había sido el ataque terrorista cruel y despiadado por la aquella entonces organización delictiva-religiosa denominada “Al Qaeda”, el día de la inauguración de los Juegos Olímpicos de verano del año 2012 celebrados en la ciudad de Londres, donde fallecieron miles de inocentes, a la sazón los únicos Juegos que tuvieron que ser suspendidos por tan grave acontecimiento. Los países occidentales se unieron en frente común en contra del que denominaron “el maligno árabe”; fue una lucha sin tregua ni cuartel de Occidente contra Oriente. Afortunadamente, con el tiempo se supo la verdad pero nada pudo hacerse para remediarlo; ciertos países y sus conciudadanos de grandes fortunas, personajes que sin lugar a dudas movían los hilos político-financieros de los gobiernos, ante la necesidad de vender los excedentes de material armamentístico y la escasez del que por esas fechas era el hacedor de la energía y responsable final de la civilización tal y como era conocida, el petróleo, confabularon un plan maléfico organizando un golpe terrorista, echando la culpa de lo sucedido a una facción extremista árabe para la consecución de sus fines horrendos. Y a prueba, macabra por otra parte, que lo consiguieron.
En el 2.045, una vez se hubieron calmado definitivamente las aguas de la batalla, el planeta se distribuyó y organizó políticamente en dos grandes estados, América y Europa, a los que se les llamó coloquialmente “el primer mundo”. El resto, los indeseables perdedores de la guerra, se hacinaban en territorios baldíos, desiertos y estériles como sus pobres cuerpos, pereciendo finalmente fruto del hambre, la sed y la desesperación más absoluta, sin que nada ni nadie tuviera posibilidad de modificar este aciago destino.
La sociedad se había vuelto individualista e insolidaria, los valores antaño imprescindibles para el ser humano como la moralidad, el honor, la conciencia colectiva o el bien común, se habían esfumado por el desagüe de la incomprensión como las ilusiones de un planeta nuevo y mejor.
Al que poseía la enorme fortuna de nacer en ese “primer mundo” no le faltaba ni comida ni agua, sus necesidades básicas estaban plenamente cubiertas y vivía con todas las comodidades imaginables. Una familia media y estándar la conformaban la pareja (del sexo que fuese), un hijo o hija fruto del deseo carnal y de la ingeniería genética mas no del amor, y al menos un robot con forma humana que les ayudaba en las tareas del hogar y enseñaba, con la mayor de las sonrisas que su rostro sintético fuese capaz de ofrecer, las materias básicas como matemáticas, física, literatura, etc…, para poder manejarse en la vida a los pequeños o grandes de la casa, siempre y cuando tuviera instalado en su memoria el módulo de software correspondiente.
Ésta es la historia de un robot especial con número de identificación “C3PO-NUEVA GENERACIÓN-000125798”, que en su familia, John, Julia y su hijo Francesc llamaban cariñosamente y para abreviar “Halo”.
Halo, un robot humanoide de nueva generación extremadamente perfecto, era como todos los robots fabricados de su serie salvo por un defecto en sus circuitos que lo hacía único. Este robot, que había sido diseñado para aprender de todo lo que le rodeara y tomar decisiones por sí mismo, comenzó a plantearse cuestiones diversas que estaban vedadas al resto, empezó a tomar conciencia de sí mismo como un yo personal diferenciado del resto, haciéndose preguntas del tipo ¿quién o qué soy yo?, ¿porqué me han creado?, ¿podré ser algún día humano?, ¿tengo alguna misión en este mundo que haga que sea recordado por siempre?, ¿existe el alma? y si es que existe, ¿tengo yo alma tal y como refieren poseer los humanos?, una vez que mis circuitos queden inutilizados por el uso, ¿podré vivir para siempre en forma espiritual?.
Estas preguntas tan dispares como fundamentales martilleaban incesantemente la cabeza de aleación ligera de Halo, tanto que le distraían e imposibilitaban para realizar el trabajo por el que había sido adquirido. John y Julia, al tomar conciencia del problema que acuciaba a Halo, decidieron sin compasión que lo mejor para todos era desechar por defectuoso al robot y, contrariamente a lo que pudiera pensarse, a Francesc le pareció fenomenal siempre y cuando compraran sus padres un nuevo robot con quien jugar. Cierto día, mientras Halo salió al jardín para observar una mariposa de extraordinarios colores, John, Julia y su hijo Francesc de común acuerdo le negaron el paso a su hogar, le indicaron que sus claves de acceso vía retina a la vivienda habían sido borradas y le dijeron sin más explicación que se marchara para nunca volver; ya no era bien recibido en esa casa.
Así fue como Halo por primera vez experimentó la sensación extraña del rechazo, vagó desde entonces sin rumbo fijo por las calles infectadas de vehículos teledirigidos y paneles de publicidad, hasta que comprendió que todo lo malo que le estaba pasando debía tener una razón de ser, que quizás fuese la única posibilidad de salir ahí afuera y descubrir los interrogantes que tanto le desvelaban.
Preguntó a todo humano mayor de sesenta años, como sinónimo de sabio, que se encontraba por doquier, visitó cientos de hemerotecas digitales donde el conocimiento se condensaba, leyó miles de libros de temática espiritual, pero todo resultó en vano, nada le ofrecía las respuestas que tanto ansiaba descubrir hasta que ocurrió un hecho sorprendente mientras contemplaba en soledad un campo extraordinario de amapolas al amanecer. Del cielo estrellado surgió con el rugir de los grandes sueños una nave de proporciones inmensas de una tecnología muy avanzada y aparentemente no humana de la cual descendió ingrávido un ser esbelto de unos tres metros de altura, de grandes ojos oscuros y de piel casi translúcida. Halo, más que sentir miedo o incertidumbre se alegró de la suerte tan inmensa que había tenido; ese ser tan avanzado probablemente fuese el único que tuviera las respuestas.
No hablaron, no hizo falta, el ser extraterrestre por telepatía le transmitió al humanoide que habían venido a la tierra en son de paz y con la misión de difundir un mensaje de ilusión a los pobladores de ese planeta y que él sería el medio conductor perfecto a tal fin. Halo inmediatamente mostró tu consentimiento pero en pago justo a tal favor ellos debían contestar a todas sus preguntas. El extraterrestre que respondía al nombre de “Skywalker” sonrió y le inculcó en su mente lo siguiente:
— Buen amigo, lo que estás preguntando es en definitiva cuál es el sentido de la existencia y eso es algo que, aunque yo lo supiera, no debo decírtelo; tienes que descubrirlo por tus propios medios. Lo que sí puedo hacer es ofrecerte unos consejos que quizás te lleven a lo que estas buscando: vive el día a día como si fuese el último, sé consecuente con tus propios principios y nunca los traiciones y, por encima de todas las cosas, haz el bien como fin supremo. Si sigues fielmente estos cometidos puedo asegurarte que mientras exista conciencia colectiva, de la que tú tendrás a partir de ahora mucho que ver, tu huella se mantendrá imborrable y vivirás para siempre en el ideario de las gentes hasta el final de los días.
Halo, como muestra de respeto y consideración, agachó su cabeza y juró firmemente cumplir tan magna e importante misión.