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domingo, 27 de noviembre de 2011

Relato corto "La verdad oculta"


Sus manos estaban manchadas de sangre, de sangre sucia, pringosa, sangre roja oscura casi negra, espesa, en la frontera de la absoluta coagulación, se encontraba postrado en el suelo, en cucliillas, no sabía que había pasado, sus músculos no reaccionaban a las ordenes de su cerebro, estaba inmóvil, quería gritar, gritar bien fuerte, pero sus palabras desgarradas se ahogaban sin posibilidad de salir de su boca reseca, miraba más no veía, la escena dantesca a su alrededor se mostraba frente a sus ojos desenfocada como en un pase de película antigua, deseaba escapar, evadirse de aquel lugar pero su conciencia si algún día la tuvo ya no respondía a ningún estímulo.
Pasaron horas o quizás minutos, no supo discernir cuanto tiempo hubo transcurrido, la sensación nauseabunda volvió y se sintió a morir y pensó que todo lo que quiera que ocurriera fuera un sueño, un mal sueño en noches oscuras y sombrías de invierno, y viajó, sí, viajó sin saber como al cerrar los ojos a un prado de un verde casi irreal, el sol se encontraba en lo alto del cielo manifestándose grande y majestuoso, haciéndose notar, podía andar y moverse a libertad. Observó una mariposa de colores vivos y extraordinarios y empezó a seguirla primero con la mirada y luego corriendo con decisión hacía ella, pudo hasta tocarla un instante con sus dedos, al oído de una vocecita se volvió y comprobó con satisfacción que aquella voz pertenecía a un niño moreno y pecoso con amplia melena, ojos redondos color miel y carita de pillo que le sonreía y pronunciaba con gran emoción una palabra, “papá”, si, empezaba a recordar, tenía una familia y ese sin lugar a dudas era su hijo, le cogió de su mano temblorosa, casi etérea, y ambos empezaron a tararear una vieja canción de cuna que su madre le cantaba de crío “Así es, así es, un niño bueno serás, si eres obediente recompensa tendrás, lalala”, la felicidad le traspasaba, invadía e inundaba por cada poro de su cuerpo sin que hubiera posibilidad de resistirse ante tamaño gozo, pero esa estampa idílica de un paraíso terrenal duró bien poco, lo que anteriormente eran prados brillantes y un sol maravilloso se tornaron en cuestión de segundos en noche cerrada, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer casi imperceptiblemente para luego convertirse en una estruendosa manta de agua cayendo violentamente a modo de tormenta eléctrica con rayos y truenos que lo empezaba a inundar todo, su hijo que se encontraba a su lado ya no estaba, ¿como era posible?, ¿donde se había escondido?, miró por doquier, a un lado y a otro, y así una y otra vez, en actitud nerviosa, pero no lo halló, se había esfumado como en los trucos de magia cuando el mago con enorme sombrero y varita en mano hacía desaparecer con retumbe de tambores tras un espeso humo a la chica de turno, se sentía ahora sólo y desamparado como nunca antes. Divisó entonces unas pisadas en la tierra húmeda que empezaba poco a poco a enfangarse, eran sin duda pisadas de niño, quizás incluso de su hijo, de quién si no y, sin pensarlo dos veces, las siguió como el indio que sigue el rastro del búfalo a cazar, no eran muy profundas y apenas se distinguían en ese prado mojado pero sabía que no podía dejar de seguirlas, y finalmente, esas pisadas se perdieron a la orilla de un lago tenebroso, sintió entonces un miedo irracional casi primitivo del hijo perdido y no encontrado, la lluvia ya le calaba hasta los huesos, la podía sentir como parte de su cuerpo empapado y quiso entonces guarecerse por puro instinto y a la carrera buscó a su alrededor un lugar donde encontrar cobijo cuando a lo lejos divisó, no sin esfuerzo una casa que le era familiar aunque desconocía la razón de aquella sensación, había luces dentro una vez hubo llegado al porche de su entrada y sin pensárselo un momento se aproximó al picaporte de la puerta y con un golpe seco la accionó, comprobando no sin sorpresa que la puerta se abría y como si de su casa se tratara hizo, sin pensar, mecánicos movimientos con los pies embarrados frotándolos sobre el felpudo de la entrada donde se podía leer la palabra “welcome” y haciendo suya la expresión, entró.
El hall de entrada que daba al salón se encontraba iluminado, una lámpara de seis bombillas que asemejaban a unas velas pendía del techo como dándole la bienvenida, el recibidor era discreto y sólo se vislumbraba un mueble antiguo aunque bien conservado con marcos de fotos en su repisa, todas ellas de paisajes de distintos lugares reconocibles para él, sin que sorprendentemente apareciera ser humano alguno, en el salón un sofá enorme de unos cuatro metros y una mesa cuadrangular de diseño, también antigua, presidían la estancia, observando que en dicha mesa habían dos copas de vino tinto casi acabadas así como restos de ropa de hombre y mujer desperdigados por el suelo. No supo como pero su instinto le decía que debía adentrarse en aquella casa y desentrañar un profundo secreto que se resistía a salir a la luz. Con paso firme y decidido se fue aproximando a un pasillo que servía de distribución para las habitaciones, sabía que debía dirigirse a la habitación del fondo pues de ella salían voces huecas y ruidos de gemidos. Al aproximarse al umbral de la puerta tuvo miedo, como si no quisiese conocer que era lo que se escondía tras ella pero finalmente miró, era su mujer, sí, su mujer y un tipo alto y musculoso desnudos haciendo el amor brutalmente en la cama de matrimonio, sin pensarlo dos veces se dirigió a la cocina y tras abrir el cajón de los cubiertos sacó de el un cuchillo jamonero de enormes dimensiones con una sola idea en la cabeza, no podía consentir tamaña infidelidad y la traición que acababa de sufrir, la ira le embargaba sin que pudiera reflexionar en lo que era mejor y oportuno en esos momentos.
Sus ojos nuevamente se abrieron, seguía estando en cuclillas reposando el tronco de su espalda sobre los talones y sin poder mover un músculo de su cuerpo, mareado, muy mareado, pensó, —Dios mío, que he hecho, ¿he sido capaz de asesinar a mi mujer y su amante sin compasión?; no, no puede ser, ha sido un sueño, un mal sueño, y mi hijo, ¿donde está mi hijo?, ¿maté a mi hijo también?—. En ese momento tuvo un flash de lucidez y le vino a su mente la experiencia de una sensación extraña y repugnante, el introducir la hoja fría de cuchillo una y otra vez, sin cesar, en carne inerte, sin vida, mientras salía a borbotones gran cantidad de sangre caliente; —es imposible, yo no soy un asesino, quiero vivir en paz en ese prado verde en compañía de mi hijo para siempre, para siempre—.
Ruidos y gritos por doquier, unas personas que no supo en ese momento distinguir entraban y salían de la habitación y finalmente con gran determinación se lo llevaron en camilla de allí, le hablaban pero ya no escuchaba, era como ruidos disonantes sin ningún sentido, no cabía vuelta atrás, había perdido por completo la cabeza para no recuperarla nunca jamás, su cerebro dijo basta de tanto sufrimiento, todo lo ocurrido y la posibilidad cierta de ser un asesino capaz de sesgar la vida de su mujer e hijo fueron demasiado para él, y se quedó en su mundo sin retorno de ensoñaciones donde era feliz en compañía de su niño amado en ese paradisíaco prado verde de brillante sol.
Pobre infeliz, nunca supo la verdad de lo ocurrido, él tenía razón, no era un asesino. Aquella aciaga tarde llegó a su hogar más temprano de lo normal, su Jefe le había permitido marcharse antes, la semana había sido dura pero sobre todo muy fructífera para la empresa donde trabajaba, gracias a su esfuerzo y dedicación se había conseguido un cliente que les reportaría pingues beneficios, sobre todo para los dueños, —que menos—, pensó él, que le permitieran salir tres horas antes de la estricta jornada laboral que desde hacía diez años le ligaba. No era habitual ni mucho menos esa actitud para sus empleados pero ese día supongo que su Jefe se sentía feliz y generoso, quién sabe, lo cierto fue que esa generosidad resulto ser su perdición.
Al llegar a casa su instinto le dijo que algo no iba bien, observó dos copas de vino tinto casi acabadas en la mesa del salón, unas prendas tiradas por el suelo y unas voces huecas que provenían directamente del dormitorio principal, corrió hacia allí y al entrar se le cayó el mundo encima, no podía creerlo, era su mujer desnuda con un hombre haciendo el amor en su cama, en la cama donde se acostaban cada noche, —¿podría existir tamaña traición?—, su primer pensamiento fue de matarlos, primero a uno y luego al otro, a sangre fría, con ese fin se desplazó sin hacer ruido a la cocina para conseguir un arma lo suficientemente potente para ese cometido, encontró un cuchillo jamonero y lo cogió pero no pudo traspasar el umbral de salida de la cocina, no era un asesino, se postró sobre el suelo y pensó ¿que me queda en esta asquerosa vida?, un trabajo del que no estaba orgulloso ni se sentía feliz, una esposa infiel, la nada, con este pensamiento se cortó las venas, su vida ya no tenía sentido y esta experiencia amarga sería su final, lo demás fue fruto de su imaginación y de la falta de la sangre que brotaba de sus heridas sin que nadie pudiera impedirlo. Pasados varios minutos de aquello, el amante de su mujer queriendo reponer fuerzas de una tarde loca, se encontró con la escena al entrar en la cocina, —vaya mala suerte había tenido, quién le llamaría echar un polvo con una mujer casada, ni siquiera era mi tipo, ¡tierra, trágame!—, reflexionó desconsolado. Llegó la ambulancia pronto y se llevaron al moribundo de allí, pudieron salvarle la vida pero su mente ya nunca más se recuperaría. 
La razón de que su hijo moreno y pecoso no estuviera en la casa cuando ocurrió todo tenía una explicación dramática, este niño feliz y travieso, murió ahogado hacía dos años mientras jugaba cerca de un lago al lado de una casita que alquilaban en verano cuando aún la vida les sonreía, ese día debía haber estado con él pero desgraciadamente no estuvo, se quedó en el cobertizo de la casa arreglando una lámpara de seis bombillas a modo de velas que desde hacía unos días no funcionaba, el sentimiento de culpa nunca le abandonaría y probablemente esa fuera la excusa perfecta en un estado de desesperación absoluta para decidir acabar con su vacía vida.